Estudio

Cine y Misterio Humano según Juan José Muñoz

Aunque para algunos, el cine no es más que una forma de entretenimiento, y un producto más por lo tanto de la industria de la evasión, para

Cine y Misterio Humano según Juan José Muñoz

Modificado el 2005/08/04

Aunque para algunos, el cine no es más que una forma de entretenimiento, y un producto más por lo tanto de la industria de la evasión, para pensadores como Julián Marías, es ′la gran potencia educadora de nuestro tiempo′. Pero ¿se puede saber qué es el hombre a través del cine?. Esa es la pregunta que se hace el filósofo Juan José Muñoz García en su libro Cine y misterio humano, que acaba de publicar la editorial RIALP de Madrid. Para este autor, ′el arte cinematográfico, cuando no se deja arrastrar por intereses ajenos a la verdad y la belleza que le lleven a traicionar su propia esencia, se convierte en una ayuda ineludible para ahondar en este fascinante misterio en que consiste el ser humano′.

Decí­a Sófocles en su tragedia Antí­gona que ′muchas son las cosas misteriosas, pero nada tan misterioso como el hombre′. Da igual el conocimiento que tengamos, siempre nos asombra. Y en toda creación cultural aparecen visiones o aspectos del ser humano, que reflejan, al mismo tiempo que moldean nuestro pensamiento y actitudes. Ya que ′la fábrica de los sueños apela en muchos casos a nuestras emociones, pero también nos permite una vez superado el impacto inicial, reflexionar sobre las ideas vertidas en las imágenes′.

Para Juan José Muñoz, el hombre posmoderno encarna un modelo de humanidad desengañada ante la vida. Su olvido de la trascendencia ha dañado su dignidad personal, y ha dejado a la vida humana en el sinsentido más atroz. Pero tras este vací­o existencial está la realidad de que si existe sed, es porque hay agua. Lo mismo ocurre con el deseo de felicidad. Tiene que haber una realidad que lo colme, pues en caso contrario no existirí­a la desesperación y el hombre serí­a un ser absurdo, una pasión inútil. Ya que los deseos remiten más allá de ellos mismos. Puesto que no podemos reducir al hombre a lo que se encuentra en su inconsciente. Como dice Victor Frankl, ′el ser humano remite siempre, más allá de sí­ mismo, hacia algo que no es él: hacia algo o hacia alguien′.

Esta obra comienza analizando tres pelí­culas interpretadas por Robin Williams. En la primera, El Club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), es un profesor de literatura, que lucha por intentar romper los rí­gidos moldes de una institución académica de Nueva Inglaterra a finales de los años cincuenta. Keating anima a sus alumnos a ser inconformistas, porque a ′a pesar de todo lo que digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo′. Pero al mensaje idealista y romántico de Keating le falta realismo antropológico, y eso hace que la trama se precipite hacia la tragedia. La libertad entendida como mera independencia o autonomí­a flota en el vací­o. Por eso un chico como Neil Perry, tras descubrir su vocación teatral, ante la oposición paterna, termina suicidándose.

Al año siguiente Williams hace el papel de un neurólogo en Despertares (Penny Marshall, 1990), que llega a un hospital del Bronx, en Nueva York, a finales de los años sesenta. Allí­ se encuentra que los pacientes son tratados como estatuas vivientes. Sayer sin embargo cree que ′el espí­ritu humano es más poderoso que cualquier droga′, por lo que empieza a descubrir que estos enfermos ′están vivos por dentro′. El personaje inspirado por el doctor Oliver Sacks, está basado en un caso real ocurrido en los años veinte. Su historia es un canto a la dignidad humana.

La tercera pelí­cula interpretada por este actor es El indomable Will Hunting (1997). En ella un joven huérfano de Boston (Matt Damon) trabaja en la limpieza del Instituto Tecnológico de Massachusetts, a pesar de tener una inteligencia prodigiosa. Un profesor desea ser su mentor, pero su carácter violento le hace ser detenido en una reyerta, siendo obligado a recibir atención psiquiátrica. Tras el fracaso de varios terapeutas, el doctor McGuire (Williams) logra su confianza. Su tratamiento le hace reconocer que sus demostraciones de ingenio, aparente dureza, y actitud de estar vuelta de todo, no son más que sí­ntomas de su debilidad, ya que no se ha enfrentado al misterio de lo real. Cada vida es una historia irrepetible, que no se puede reducir a impulsos reprimidos o a traumas infantiles.

Esa crí­tica al cientifismo se muestra también en Parque Jurásico de Spielberg. La actitud de respeto ante el misterio es aquí­ defendida por un extravagante matemático del caos (Jeff Goldblum). El imperio de la técnica biológica manipulada por Hammond (Richard Attenborough) nos lleva al peor de los infiernos, ya que los dinosaurios clonados y el férreo control informático de la isla, no están libres del misterio que envuelve la realidad.

¿ Es por tanto simplemente el hombre un animal más evolucionado?. Para Muñoz Garcí­a, el origen del hombre no se puede explicar por un mero proceso biológico regido por el azar. Hay un orden que da sentido a la Historia. Así­ en la pelí­cula de Kubrick, 2001, una odisea del espacio, hay una causa externa de la humanización. Ese monolito es como la fuente que ha otorgado intelecto al hombre. Y ésta tiene que ser personal y trascendente al universo, porque la causa de algo debe tener las mismas cualidades que su efecto. Esa es la conclusión a la que llega también Spielberg, a partir precisamente de otra idea de Kubrick, en Inteligencia Artificial. El origen del hombre como el de un robot que pueda amar, remiten a un creador, divino o humano. Su búsqueda es el tema de Blade Runner (1981), la pelí­cula de Ridley Scott basada en la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. Y por eso también la primera escena que nos presenta Neo en Matrix (1999) es una pantalla de ordenador con la palabra searching (buscando).

Es el vací­o existencial el que conduce al vértigo de la vanidad y la voluntad de poder sobre personas y cosas (Ciudadano Kane). ¿Significa eso que ′el lado oscuro′ es más poderoso?, le pregunta Luke a Yoda en El Imperio contraataca. No, es que es ′más rápido, más fácil, más seductor′. Es el que lleva a la espiral de la violencia en Seven, cuando el mismo criminal manifiesta como en el fondo del vértigo habita la nada y el vací­o: ′No importa quién soy, no significa absolutamente nada′. El engaño, como en Matrix, consiste en confundir la intensidad de la experiencia con su valor, verdad y bondad. Pero en el juego de la vida, el sujeto no es el dueño absoluto, como comprueba el protagonista de The Game. Esa realidad trascendente la entiende muy bien este joven profesor de Segovia, que ha hecho su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid sobre la relación que hay entre ética, estética y experiencia religiosa.

El trasfondo de Juan José Muñoz es el de la Universidad de Navarra, y centros muy vinculados al Opus Dei, como el Colegio Retamar y el Centro Universitario Villanueva, donde enseña filosofí­a, antropologí­a y ética de la comunicación. Su maestro es López Quintás, pero se encuadra en toda una tradición de pensadores católicos muy interesados en el cine, como Julián Marí­as. La crí­tica cinematográfica en este paí­s estuvo de hecho durante muchos años relacionada con el circuito de cine-clubs, que nace en la posguerra muy vinculado a cí­rculos católicos, como casi toda la cultura española de aquel tiempo. De hecho teóricos como André Bazin, fundador de la revista Cahiers du Cinema (que dió lugar a toda la escuela crí­tica del cine de autor, de donde nace la nueva ola francesa) fundamentan su trabajo en el humanismo católico, que todaví­a encontramos en autores españoles como Caparrós o Alonso Barahona.

Este libro es muy interesante por eso de comparar con la perspectiva protestante de hombres como Donald Drew de L′Abri, cuyas Imágenes del hombre en el cine moderno (publicado en Ediciones Evangélicas Europeas por José Grau en Barcelona en 1977), serí­a la contrapartida evangélica al estudio que hace Muñoz Garcí­a, desde una perspectiva católica conservadora. La obra de Drew sin embargo, tratando una temática similar, y aún analizando las pelí­culas más polémicas de los años sesenta, no cae en ese moralismo que continuamente rezuma Juan José Muñoz, cuando se enfrenta a las pelí­culas más populares de los años ochenta y noventa.

El principal problema de esta escuela filosófica es su increí­ble optimismo antropológico. Ya que elude enfrentarse al misterio del mal, para preferir ingenuamente contemplarlo como un simple problema de inmadurez personal. Es por eso que el criterio selectivo que hace este libro de aquellas pelí­culas que realmente merece la pena considerar, no es su valor estético (bastante cuestionable en algunos casos, ya que se inclina por muchas obras, que no son más que meros productos comerciales de dudosa originalidad), sino su función didáctica, como modelos de comportamiento ético, desde una perspectiva humanista cristiana. La obra de Drew analiza sin embargo hasta la pornografí­a, para mostrar la tragedia de un hombre, que necesita algo más que los discursos de cierta moralina religiosa sobre la dignidad del cuerpo humano. Lo que nos hace falta es la buena noticia del Evangelio, por la que Cristo vino, no a hacernos mejores, sino nuevos.

Cuando Muñoz Garcí­a considera el tema de los instintos, los sentimientos y la corporalidad, su visión ética se hace extremadamente limitada para entender ese misterio que es al fin y al cabo la conducta del ser humano. Necesitamos para eso la perspectiva trascendente que nos da la Biblia. Es por eso que yo creo que la reflexión cristiana sobre el cine no ha de ser una mera búsqueda de valores humanos. Porque al hombre le falta algo más que comprensión y voluntad. Lo que necesitamos es un nuevo corazón. Por lo tanto si seguimos yendo al cine para buscar ese corazón de oro, que pensamos que el hombre tiene, no encontraremos más que las mentiras de un idealismo ciego a la miseria del ser humano.

Los buenos sentimientos están bien, pero no debemos confundir la realidad con la ficción. El cine no nos puede enseñar cómo debemos vivir. ¡Eso es imposible hasta para Disney!. Para eso hace falta el Manual de instrucciones de nuestro Creador. Lo que vemos en la pantalla es precisamente lo lejos que estamos de seguir sus indicaciones. Tenemos que ser crí­ticos, como dice Juan José Muñoz, pero para esa crí­tica hace falta algo más que la razón humana. Necesitamos la luz de la Palabra de Dios para entender al hombre y su misterio. Ya que el arte nos muestra cómo somos, pero no nos da dirección, ni la fuerza para vivir.


Estudio escrito en Madrid por el .


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