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Estudio

La búsqueda de la autenticidad de Francis Schaeffer

Colin Duriez ha escogido como título de su biografía uno de los rasgos que creo que mejor describe su vida y obra, la búsqueda de la autenticidad

La búsqueda de la autenticidad de Francis Schaeffer

Modificado el 2017/06/24

Se publica por fin en castellano una biografía de Francis Schaeffer (1912-1984). Hay muchas en inglés, pero la que ha publicado Andamio es una de mis preferidas. Tal vez porque no está escrita por un teólogo, filósofo o apologista, sino un experto en literatura fantástica, como es Colin Duriez, uno de los mayores estudiosos de la obra de Tolkien y C. S. Lewis. Ha escogido como título uno de los rasgos que creo que mejor describe su vida y obra, la búsqueda de la autenticidad.

Es difí­cil para mí­, resumir en un artí­culo la biografí­a y pensamiento de Schaeffer. He leí­do la mayorí­a de sus libros, pero también muchas de sus cartas, así­ como bastantes estudios que se han publicado sobre él. Y sobre todo, estos últimos años he tenido acceso a su familia, gracias al aprecio y entusiasmo que tan generosamente me ha mostrado su yerno, Ranald Macaulay. He pensado por eso dedicar una serie de artí­culos a su legado, pero también al desafí­o que todaví­a significa para el mundo hoy.

Es una visión personal, ¡claro! Schaeffer significa muchas cosas a muchas personas. La mayorí­a, me temo que le sigue viendo como un intelectual que escribió obras sobre apologética, difí­ciles de entender. Quien así­ piensa, creo que no le ha leí­do apenas. Y sobre todo desconoce su influencia personal, que para mí­, ha sido su mayor legado. El era un gran oyente -sabí­a más de oí­das, que por leer mucho- y excelente conversador. Le importaban más las personas, que los libros. Aunque uno marcó toda su vida y pensamiento, la Biblia. Para él, el cristianismo era bí­blico, o no era cristianismo.

Lo que ocurre es que su cristianismo era experimental. Era un hombre de oración, pero sobre todo buscaba una autenticidad que hací­a que tuviera una completa aversión a la superespiritualidad que asola el mundo evangélico. Este es uno de los aspectos ′proféticos′, que decí­a José Grau -tal vez su principal introductor en el mundo hispano- tiene la obra de Schaeffer. Y quizás una de las ′asignaturas pendientes′ -por seguir utilizando la terminologí­a de Grau- todaví­a hoy del cristianismo evangélico evangélico más conservador, tan pietista e inhumano, ahora como entonces.

Para otros, sin embargo, Schaeffer es demasiado conservador. Muchos le describí­an en cí­rculos liberales como ′el gurú del fundamentalismo′. Lo de gurú vení­a por su conexión con el ambiente hippie de finales de los 60 y principios de los 70, pero también por la extravagancia, no sólo de su atuendo tirolés, sino de su carácter personal en un mundillo tan convencional como el del protestantismo evangélico, donde los predicadores siguen vistiendo de traje y utilizando el mismo lenguaje piadoso durante siglos. Lo sorprendente para el mundo liberal, es que su mensaje siguiera siendo tan ′fundamentalista′. Y es lo que fue.

¿GURú DEL FUNDAMENTALISMO?

Para entender los orí­genes de Schaeffer, tenemos que entender lo que supuso el fundamentalismo a finales del siglo XIX y principios del XX. Las principales denominaciones históricas del protestantismo se dividen a causa del alejamiento de sus teólogos de las doctrinales fundamentales del cristianismo. Francis vení­a de una familia luterana alemana que habí­a emigrado a los Estados Unidos. La crí­tica de la Biblia en Alemania habí­a establecido un imperio académico, donde lo que predominaba era el escepticismo y el orgullo intelectual, dos cosas a la que el joven Schaffer se enfrenta, no sólo por su origen humilde -hijo de un carpintero sin libros, ni cultura-, sino por su carácter nada orgulloso.

Fran -como le llamaba su familia y amigos- tení­a problemas disléxicos. Cuando uno escucha sus grabaciones, no sólo percibe lo agudo de su voz, sino también la extraña pronunciación que tení­a de algunos nombres. Su hija recuerda como incluso de niña, su padre le preguntaba cómo se escribí­an palabras muy simples. Una maestra de secundaria le descubre el mundo del arte. Y aunque asiste a una iglesia presbiteriana, lee la Biblia básicamente por su cuenta, ya que la denominación en que estaba entonces, no era conservadora. Luego se une a la iglesia que forma Gresham Machen, al separarse del presbiterianismo liberal que hay en el norte de los Estados Unidos, cuando se funda el Seminario Teológico de Westminster en Fidaldelfí­a.

Su conversión fue en una misión evangélica, al entrar en una reunión que encontró en una tienda de campaña en 1930, lejos del protestantismo nominal de sus padres. Al año siguiente quiere entrar en la universidad Hampden-Sidney de Virginia, para estudiar después teologí­a. Su padre veí­a a los pastores como parásitos, que realmente no trabajan, pero accedió a pagarle el primer semestre de estudios generales de filosofí­a y lenguas clásicas. Habí­a una asociación de estudiantes cristianos, que llega a presidir, pero mientras en el sur imperaba el racismo, Schaeffer va a una escuela dominical afro-americana.

Años después, su interés por la música negra hizo que empezará a hablar con el estudioso del arte Hans Rookmaaker, apasionado por el jazz y el cine, cuando le conoce en el Consejo Internacional de Iglesias Cristianas que organiza el fundamentalismo como alternativa al Consejo Mundial de Iglesias en Amsterdam en 1948. Estaban tan entusiasmados en su conversación que dejaron de ir a las reuniones, para recorrer los canales hablando sin parar, sobre la relación entre la fe que habí­an encontrado tras su conversión y la cultura popular. El holandés habí­a conocido el cristianismo en un campo de concentración nazi, cuando su prometida judí­a murió en Auschwitz, llegando a ser miembro de una iglesia reformada conservadora. Su novia actual trabajaba de secretaria en el congreso fundamentalista.

PALADíN DE LA ORTODOXíA

Schaeffer se casó con la hija de unos misioneros evangélicos en China. Sus padres estaban en la Misión para el Interior de China que habí­a fundado Hudson Taylor. Era una ′misión de fe′ que buscaba la adaptación cultural, incluso en el aspecto de los misioneros. El apellido de Edith era Seville, Sevilla en inglés. Fran la conoció en la iglesia presbiteriana, cuando en una reunión de jóvenes, un conferenciante unitario negaba la deidad de Jesús y la divinidad de la Biblia. Schaeffer contestó al orador y le recomendó a Edith el libro de Machen, ′Cristianismo y liberalismo′ (1923). El año de su boda se funda el Seminario de Westminster en 1935 matriculándose Fran en el primer curso, después de graduarse en Hampden-Sidney.

Para entender hasta qué punto Schaeffer fue fundamentalista, hay que darse cuenta el partido que toma en la discusión que hay en Westminster en 1937 sobre la libertad cristiana. Tras formarse la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa con Machen -que funda el seminario-, un grupo encabezado por Oliver Buswell y el fundador del Consejo Internacional de Iglesias Cristianas en Nueva York en 1941, Carl MacIntire, ven la necesidad de una nueva denominación, la Iglesia Presbiteriana Bí­blica, coherente con la conducta de ′cristianos separados′ del mundo y la escatologí­a premilenarista.

Este grupo ′neo-fundamentalista′ forma el Seminario de Fe, donde se apuntan los Schaeffer, que requiere la abstención del alcohol y el tabaco -en Westminster se bebí­a y fumaba-, así­ como evitar espectáculos y bailes. Fran fue el primer ministro ordenado por la denominación. Llegó a ser el pastor de dos iglesias en Pensilvania, una en Grove City desde 1938 y otra en Chester desde el 41, antes de ir a la tercera en San Luis, Misuri, otros cinco años. Los Schaeffer eran conocidos por su ministerio entre niños. Organizaban escuelas bí­blicas de verano y fundan una organización misionera llamada Niños para Cristo, que era una escisión fundamentalista de la Alianza Pro-Evangelización del Niño (APEN), que les enví­a a Europa en 1947.

En aquel viaje visitaron Francia, Suiza, Noruega y Holanda. Estuvieron en el Instituto Bí­blico Emmaus, después de ver a unos pastores en Lausana y estuvieron en una iglesia bautista en Oslo, a la vez que el Consejo Mundial de Iglesias tení­a un congreso sobre la juventud. En Lausana establecen su base de actividades. Fran daba conferencias sobre los peligros del liberalismo. Viajó a Escandinavia, Francia, Alemania. De hecho estuvo en Roma cuando se proclamó el dogma de la Asunción de Marí­a. Lo que le llevó a escribir sobre los peligros del romanismo.

CRISIS DE FE

Es evidente que muchos evangélicos están todaví­a en la fase de los Schaeffer antes de la crisis que tiene en Suiza en los años 50. Ven los peligros de liberalismo, el romanismo y el movimiento ecuménico. No entienden que un cristiano pueda beber o fumar. Creen que la doctrina bí­blica incluye hasta su particular escatologí­a sobre el milenio. Y el mundo es para ellos, aquello de lo que se deben separan. El problema es cuando algunos como Fran, dudan de sí­ mismos, más que de la Biblia misma. Y su honestidad hace que se pregunten muchas cosas.

Schaeffer habí­a estudiado en Wesminster con un holandés llamado Van Til, que combinaba la apologética presuposicional con uno de los más tempranos ataques a la teologí­a de Karl Barth como un ′nuevo modernismo′, al decir que la Biblia contiene, pero no es la Palabra de Dios. Su visión de Aquino es la misma de Van Til, pero diferí­a con él en la radicalidad de que no hubiera ningún punto de contacto entre la fe del creyente y la visión de la realidad del no cristiano. Curiosamente, Van Til nunca quiso discrepar con él en público. Schaeffer le contó a Rookmaaker que al llegar a ser pastor, confiaba tanto en su capacidad de persuasión, que si la otra persona no aceptaba a Cristo, pensaba que eran sus argumentos los que no convencí­an.

Cuando se fueron a Suiza, el matrimonio tení­a ya tres hijas. Su salud no era muy buena. Lo que atribuí­an al clima de la región donde se habí­an establecido en una pensión en La Rosiaz. Se trasladan a Champéry, donde trabajan con niñas inglesas, ya que ni siquiera hablaban francés. Todo parece un completo despropósito, mientras se dedican a preparar un congreso en Ginebra, donde Fran va a hablar al Consejo Internacional de Iglesias Cristianas sobre los peligros del ′nuevo modernismo′ de Barth. Tiene entonces contacto personal con el teólogo de Basilea. Su amarga correspondencia está ahora en un blog en español de Internet. Lo que muchos no saben es que fue justo antes de la crisis que tuvo en los años 50, cuando dejó de ser misionero.

La experiencia la cuenta en el prólogo a su libro ′La verdadera espiritualidad′, que se publica en 1971. De ello habló en el siguiente artí­culo. Su lectura fue una auténtica liberación para mí­. Como muchas personas que se han educado en la iglesia, yo también llegué a un momento en que empecé a dudar de mi fe. Algunos como Schaeffer, se han convertido incluso a una edad adulta, pero sinceramente se cuestionan la realidad de su experiencia, cuando años después dudan de su espiritualidad. Lo sorprendente es que él era pastor, misionero y conferenciante, pero tení­a el valor de decir en voz alta, lo que muchos nos preguntamos en nuestro interior.

La gran lección del Schaeffer fundamentalista, es que uno puede ser un paladí­n de la ortodoxia, buscar la pureza eclesial y vivir conforme al más estricto legalismo evangélico, pero estar engañándose a uno mismo. Cuando al final de su vida, recordaba aquellos años, enfermo de cáncer, lamentaba su batalla por la verdad sin el amor que viene del Espí­ritu de Dios en Cristo Jesús. Tení­a la ortodoxí­a, pero no la ortopráxis. Ese era para él, ′El gran desastre evangélico′, como tituló aquel libro incompleto en el hospital, que nunca se ha traducido. Podemos tener mucho celo por la verdad, pero poco del amor en que conocerán que somos sus discí­pulos (Juan 13:35)′


Estudio escrito en Madrid por el Hasta el día de hoy esta página ha tenido 1 comentarios.


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JM comentó lo siguiente: "A los fundamentalistas les puede faltar la ortopraxis, pero también a los liberales. Al menos, los primeros conservan la ortodoxia doctrinal. " (2018-02-17 17:36:09)



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